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Cumaná, Estado Sucre, Venezuela
Un lugar para recibir y compartir visiones. La sociología tiene la tarea de conjugar en una sola mirada, la sociológica, el espectro inmenso de las apreciaciones sobre lo cultural. Aunque la mirada de un sociólogo es personal su obligación histórica es considerar lo múltiple y diverso, asignándole pertinencia y un sentido humano.

viernes, 26 de noviembre de 2010



CRÓNICA DE UNA HISTORIA SIN FIN

Acto primero: Cuento de locura o el diablo suelto
El miércoles pasado, 27 de octubre, se escenificó un capítulo más de la acostumbrada violencia estudiantil en el Núcleo de Sucre, esta vez en el Instituto Oceanográfico y sus alrededores y en la sede de APUDONS. Los relatos de quienes fungieron como espectadores fortuitos son tan escabrosos que parecieran ser extraídos de una narración de terror. Pero no. La cuestión fue real y comprobable. Seres enardecidos con figura de humanos, rayando en la más primitiva irracionalidad, arrojaron peñascos y picos de botella en contra del personal docente y administrativo, vigilantes y estudiantes. Era una tarde de actividades normales. La ira de los “estudiantes” desadaptados se desató para resguardar el preciado botín etílico que recién habían hurtado en la avenida y escondido en su principal centro de operaciones: Cerro Colorado. Los vigilantes de turno trataron de impedir la arremetida de los facinerosos, pero fue imposible: los objetos contundentes viajaban sin orden ni concierto, con un resultado de vehículos siniestrados, personas amenazadas con piedras y botellas; y la conmoción total. La “catarsis” mayor fue el destrozo del Miniauditorio de APUDONS, casi el único espacio decente que posee el Núcleo para variadas actividades Los protagonistas de estos actos vandálicos son liderados por unos dizque universitarios, tristemente célebres por sus anteriores agresiones a profesores y estudiantes.

Acto segundo: La conmoción
En vista de la gravedad de los hechos y de la brutal arremetida en contra del patrimonio emblemático de los docentes (el “miniauditorio”, por ejemplo, se financió con el dinero aportado por los profesores), se convocó a una asamblea para el jueves 28. El ambiente no podía ser más desolador. Mueve a pensar cómo es posible que la voluntad de unos jóvenes, supuestamente civilizados, pueda fomentar tanto daño en el recinto que les sirve para desarrollarse intelectualmente. En fin, entre añicos de vidrios y astillas de madera, los profesores manifestaron, con dramatismo, su percepción de las acciones abominables. El ánimo que flotaba en la audiencia era de impotencia, decepción, rabia y desaliento. Para algunos, era inconcebible que el supuesto cabecilla de estos desmanes estuviera en libertad, después de ser sentenciado a un año de cárcel. La asamblea manifestó su preocupación en el sentido de que los irregulares se salgan con la suya una vez más. Existe conciencia de la debilidad tanto del estamento jurídico de la UDO como de las fortalezas de las autoridades decanales y centrales para aplicar las sanciones correspondientes a los actos lesivos cometidos el pasado miércoles.

Acto tercero: La culpa no es del ciego sino de quien le da el garrote
Ahora, después de la catarsis y la amplia variedad de argumentos entre los asistentes a la asamblea, algo quedó muy claro con casi unanimidad: que los arrebatos de cólera o malcriadez de este tipo de bachilleres pasen ante la mirada indiferente de las autoridades decanales. Evidentemente, ha fallado la línea de mando responsable de la buena conducción del Núcleo. El recinto universitario es “Tierra de Nadie”. Se ha convertido en un garito, donde la ingesta de alcohol y el manoseo de cartas de truco son posibles en cualquier lugar y a cualquier hora. ¡Cuidado debe tener quien ose llamar la atención para la moderación y el respeto! El buhonerismo es otra manifestación problemática. Las ventas, la mayoría sin ningún tipo de regulación institucional, perturban el libre tránsito y la tranquilidad necesaria para impartir las clases. Al parecer son irremovibles, porque, supuestamente, capturan votos en los procesos electorales. El paso libre de los vecinos de los barrios enclavados alrededor del Núcleo, la falta de seguridad, el abandono de las instalaciones, en síntesis, la precariedad en los servicios y la falta de control han hecho de la convivencia un pandemónium. Lo acotado en este apartado se ha reclamado en reiteradas oportunidades de distintas maneras: informes, cartas departamentales, cartas individuales, artículos, entrevistas con las autoridades. No ha habido correctivos. Los problemas son de vieja data y, al parecer, se agudizan. La indiferencia es la moneda que corre.
La ley de la causa y el efecto es inexorable. Las autoridades decanales no han promovido como política efectiva entre los estudiantes el respeto hacia los integrantes de la comunidad universitaria, la disciplina en el estudio, la responsabilidad; en su defecto, han fomentado la permisibilidad para la práctica de actos reñidos con el sentir universitario. Las actitudes déspotas de esos grupos son aupadas por muchos en el ámbito universitario. En la misma asamblea del jueves no faltaron voces en tal sentido. Los susodichos son premiados con puestos en la FCU; se les otorgan cargos en la nómina del Núcleo, sin haberse titulado, lo cual indica la connivencia con las autoridades. Además, casi siempre exhiben un perfil académico deficiente, razón valedera para aplicarles las normas de permanencia (RR).
¿A qué se le teme? ¿A la oscuridad que ha sembrado el terror en el campus universitario? ¿Acaso son necesarios para fines ocultos? No se concibe una respuesta afirmativa. El triste espectáculo del miércoles 27-O no es un evento casual, es la reafirmación del efecto que la institución ha cocinado por años. Si esta es la manera de interactuar con los estudiantes, habrá más vándalos disfrazados de universitarios.

jueves, 25 de noviembre de 2010

tenso episodio con final feliz.

Tenso episodio con final feliz
Profa. Graciela Acevedo
udistasns@gmail.com
http://udistasns.blogspot.com
La sociedad venezolana ha realizado una hazaña. A pesar de la desconfianza, a pesar de la frustración, a pesar del amedrentamiento, a pesar del abuso de poder o, tal vez motivado por lo mismo, el pueblo venezolano se dispuso a participar en las elecciones parlamentarias y lo hizo sin altisonancias, sin plantear conflictos abiertos, de manera calmada y racional. Cada quien hizo lo que pudo en el momento que le correspondió y el resultado es una acción social, comunal, societal, comunitaria, civil, civilizada, civilizatoria, que se puede tomar como una lección para los particulares sobre el trabajo mancomunado.
En los últimos años nos hemos preguntado muchas veces hasta cuándo soportaríamos que un grupo de compatriotas (uso esta palabra sin connotación cínica) se aprovechara de los genuinos deseos de justicia y de igualdad, de solidaridad, de satisfacción de necesidades básicas, para jugar con la miseria de los más desposeídos, utilizándolos como capital para construir una vía económico-política hacia una forma de sociedad que se ha probado en muchas oportunidades en el mundo y que nunca ha resultado en bienestar social. Hemos sentido rabia, tristeza, impotencia. Hemos querido apurar la historia. Hemos visto cómo nos atomizábamos, en las familias, en las pequeñas comunidades, vecindarios, lugares de trabajo, etc. Hemos sentido las diversas gradaciones del miedo y afortunadamente hemos respondido con diferentes formas de resistencia y de compromiso con la noción de libertad.
Al parecer era sumamente difícil recuperar nuestra sociedad (la sociedad de los valores de superación, honestidad, libertad personal y trabajo consistente; la sociedad en la que nadie difiere cuando alguien dice: “Quiero para mis hijos lo mejor”), pero ya lo comenzamos a hacer.
El domingo 26 de septiembre cada uno concretó su cuota de participación ciudadana. No fueron inútiles todas las conversaciones en el automercado, en las colas de los bancos, en los salones de clase, en los mercales, con los empleados chantajeados. No tuvimos posibilidad de enfrentar el desproporcionado abuso de los recursos del Estado en una campaña oficialista obscena, pero se pudo frenar el abuso en muchas conciencias y en las urnas.
Un sentido de heroicidad surge cuando estamos frente a grandes tragedias. El domingo los héroes fueron los miembros de mesa y los testigos electorales de la unidad que pararon la catástrofe, en duras condiciones, con perseverancia, claridad política y conocimiento de la ley. Antes que testigos de partidos políticos fueron ciudadanos ejerciendo y representando la ciudadanía de todos.
Lo ocurrido este domingo será objeto de análisis desde diferentes perspectivas y por largo tiempo. Tendremos que resolver el enigma sobre si existen ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. Tendremos que aclarar ante el mundo cómo es posible que un grupo de ciudadanos merezca mayor representación que otros. Por los momentos sabemos que la oposición es mayoría, aunque no estemos completamente representados en la Asamblea Nacional, y eso es bastante.
Es importante que lo sepamos los que nos consideramos opositores al proyecto totalitario y es importante que lo sepan los que todavía comparten las acciones oficialistas. Existe una mayoría opositora, y en democracia el criterio de la mayoría debe respetarse. Lo contrario es fascismo; por ello cada vez seremos más los que nos opongamos a las acciones que desconocen la opinión de la mayoría. Es un mandato histórico.
Con el debido respeto hacia las personas, el nombre y el personalismo de los diputados elegidos es lo de menor significación. La nueva mayoría que surge no votó por ellos por sus condiciones específicas sino por el sentido de unidad con el que se les promocionó. La unidad era el clamor nacional y los partidos políticos la hicieron posible en un hermoso trabajo que los ciudadanos debemos agradecer. Tenemos una deuda histórica con ellos. La crítica insistente sobre los partidos políticos y la ausencia de acciones concretas para limitar la corrupción derivada del personalismo, produjeron este episodio de nuestra historia donde resultó peor la medicina que la enfermedad.
En nuestro estado, en el Estado Sucre, estado de “riesgo mínimo” para el oficialismo, surgió un comportamiento político sumamente interesante. Los centros poblados más informados produjeron una respuesta electoral que se puede leer perfectamente como una reacción a la ineficiencia en la prestación de servicios, como una evidencia de inteligencia política en sectores tradicionalmente deprimidos. La alta participación en las mesas le dirá al oficialismo, cuando la crucen con la abstención de sus militantes, que en el sector considerado como “ni-ni” muchos dejaron sus consideraciones solipsistas para acompañar un compromiso de país en el que todos somos importantes.
Hegel, de quien Carlos Marx tomó el concepto de la dialéctica, hablaba del advenimiento del espíritu en el tiempo. No podemos humanamente, por más que algunos lo crean, imaginarnos el devenir histórico en su totalidad; debemos conformarnos con episodios. Entre el domingo a las seis de la tarde y las tres de la madrugada del lunes fuimos víctimas de las tensiones entre el poder y la cultura, la forma de ser venezolana. Comenzamos otro episodio, pero en este momento la mayoría está aliviada.

La experiencia del error

LA EXPERIENCIA DEL ERROR
Profa. Graciela Acevedo
Las personas normales viven de manera muy diferente entre sí la experiencia del error; algunos reaccionan con cautela, otros insisten en sus actitudes como si presintieran que en la perseverancia de la disposición encontrarán una verdad destinada a ser revelada; otros viven la experiencia del error como el logro de una convicción que no necesita ser discutida más. A pocos nos gusta reconocer la equivocación, pues, para la sabiduría general ésta aparece reñida con la verdad.
Sin embargo, toda vida está llena de innumerables equivocaciones. Cuando nos caemos al empezar a caminar es porque tomamos, a tan corta edad, una decisión equivocada. El golpe sufrido puede ser doloroso, pero es necesario para el aprendizaje. Este ejemplo puede generalizarse para muchos aspectos de la vida, particular y social. La metáfora del golpe doloroso traduce a nivel global lo que se denomina, en el campo de las ciencias de lo humano, crisis sociales. El ámbito político es uno de los órdenes de la vida social donde con mayor frecuencia se vive la crisis como producto de equivocaciones particulares y colectivas.
Los estudiosos dedican muchas horas a establecer las causas y a sistematizar las consecuencias de las crisis políticas, en aras de constituir un conocimiento que sirva como base para el desarrollo futuro de la humanidad, entendiendo, como mantuvo el antropólogo estructuralista Claude Lévi-Strauss, que la humanidad es la misma en todas partes. El pensamiento científico ha dado poderosas razones para hacer pensar que las equivocaciones, privadas y colectivas, pueden servir, cuando se conoce la psicología social y la historia, como punto de referencia para enderezar rumbos sociales discordantes con el sentido teleológico de la humanidad.
Edmund Husserl, filósofo y matemático, fundador de la fenomenología como forma de comprensión social, dictó una importante conferencia en la ciudad de Viena en mayo de 1935 (en el período entre las dos guerras mundiales y cuando Hitler exhibía un poder ilimitado), que fue concebida como posición particular ante el avance del nacionalsocialismo –o nazismo–, el cual estaba produciendo lo que el estudioso llamó “la enfermedad europea”. Accedemos a los contenidos de esa conferencia a través de un texto titulado “La Crisis de la Humanidad Europea”; en este escrito, donde no se menciona ni una sola vez a Hitler, Husserl advierte que el estado de deshumanización que vive Europa se debe a un derrotero de las ciencias humanas por caminos extraviados y que la solución debería partir de los mismos científicos para reconducirla y llevarla hacia la consideración de lo humano; insiste, además, en la necesidad del conocimiento humanista como única posibilidad para aclarar la vía, el sentido, del progreso. En la reflexión husserliana subyace la idea de la equivocación de las ciencias humanas, fundadas hasta ahora en el objetivismo propio de las ciencias naturales, como impedimento para recuperar el sentido teleológico de la civilización europea, heredera de los fines últimos de la filosofía griega. La pérdida del norte cultural, en los convulsos momentos de inicios de la segunda guerra mundial, hacían que el filósofo previera situaciones catastróficas.
Algunas equivocaciones no son de tan difícil análisis, ni necesitan de un genio de la filosofía para revelar que igualmente pueden llevar a consecuencias desastrosas. Son equivocaciones precisas, puntuales, muy fáciles de ubicar en el tiempo. Un matrimonio precipitado, la elección irreflexiva de una carrera, un voto otorgado con el disparo de una emoción, impulsado por un deseo acariciado largamente, son ejemplos de equivocaciones muy comunes.
En las sociedades modernas las equivocaciones pueden corregirse al concientizarse el error; por ello se ha estatuido el divorcio, los estudiantes pueden cambiar de carrera o enderezar el rumbo profesional con un posgrado, los mandatos no merecidos pueden ser revocados o sustituidos. Hablo de sociedades donde sus dirigentes o representantes, o la población moderna (preparada, estudiada, informada) toman los conocimientos (universalmente apropiados) acumulados por la ciencia (los que nacen a partir de terribles equivocaciones, de la brutalidad, y los que nacen como producto de la inteligencia humana) y los ponen a disposición de todos los miembros de ese grupo social, organizando de esa manera un porvenir compatible con el desarrollo histórico global. Y la experiencia del error se guarda como un tesoro incalculable, sin el cual no puede pensarse adecuadamente el futuro.

El sexo de los angeles

EL SEXO DE LOS ÁNGELES
Profa. Graciela Acevedo
Existen expresiones afortunadas. Algunas frases se apoderan del tiempo y nos obligan a vivir con ellas. No importa si algunos grupos o personas las reprochan o las reniegan. Existe un algo, indefinible, que alimenta las expresiones y obliga a su uso, so pena de romper los canales de comunicación. Parecen un dictamen del tiempo. Esas frases aparecen, en boca de la generalidad social, no importando la actividad humana específica e inclinando el comportamiento.
Pasa eso con la expresión “romper paradigmas”, una expresión, de origen académico, que permea la visión pragmática del mundo social y que se ha convertido en un lugar común en infinidad de eventos sociales. Quien más y quien menos quiere, llegada su oportunidad, “romper paradigmas”. El asunto no sería trascendente si se tratara, en la práctica social, sólo de una frase de moda o de una expresión de esnobismo, al estilo de “taxi siga ese auto” o “hasta la vista baby”, pero cuando esta “necesidad” de romper paradigmas se aplica a aspectos de la vida social donde su ejecución implica aspectos neurálgicos, como los currículos universitarios, debe sopesarse con total seriedad la aplicación de este mandato del tiempo.
Dentro de lo que se ha llamado rompimiento paradigmático en las universidades aparecen algunas ideas que, consideradas detenidamente, pueden resultar nocivas para la principal labor universitaria: la formación de los profesionales del país. Obviamente no podemos tratarlas en profundidad, ni negamos, con su sola enumeración, los vestigios de verdad o de genuino interés que pudieron originarlas, pero invitamos a su consideración.
Asistimos, por ejemplo, a una generalización de ideas y prácticas donde se minimiza la función del docente universitario. Una muestra de ello lo encontramos claramente expresado en el discurso donde se produce la sustitución de la figura del profesor por la imagen de facilitador, negándose con ello la experticia necesaria al carácter del docente universitario, una de cuyas labores consiste en mantener actualizado el arte de su ciencia. Otra expresión de lo mismo es la desafortunada costumbre de dejar en manos de los estudiantes la exposición de los contenidos, sin la guía y el ajuste teórico que sólo puede brindar quien lo ha estudiado a profundidad. Igualmente, consideramos la presencia de los llamados “talleres”, tan solicitados por los estudiantes, donde la responsabilidad del acto académico (enseñanza -aprendizaje) se difumina en una suerte de compromiso colectivo, a mi criterio de muy difícil evaluación.
Esta “moda” académica obedece a una serie de representaciones de muy buen sonar, pero de difícil sustento teórico. Una de ellas es que los aprendices son capaces de aprender por su cuenta, reforzándose una noción de autonomía que sostiene que cada persona puede aprender de una manera particular. Con esta visión se niega la presencia en lo individual de los elementos culturales y del inmenso trabajo de la pedagogía como ciencia.
Un aspecto realmente alarmante es la sustitución de contenidos considerados tradicionales. Dentro de esta idea de lo tradicional se supone la noción de viejo, desactualizado, vencido o inadecuado a los tiempos, lo cual no es necesariamente verdadero. Por una visión así desaparecieron de los currículos de la educación secundaria los programas de historia universal, de historia del arte, la enseñanza del latín y otros programas que ayudaban al estudiante a colocarse, en el mundo y en el tiempo, como producto histórico y cultural. Los docentes universitarios sufrimos por ello la presencia de estudiantes que tienen una noción limitadísima del mundo que habitan.
Tan alarmante como lo anterior es la existencia de una pedagogía vacía de contenidos, que está centrada en las formas de enseñar sin importar lo que se enseña. A estas actividades se dedican innumerables horas de docencia, de recursos y de discusiones curriculares, sin otro producto apreciable que el entusiasmo de los estudiantes que se conforman con clases como las descritas, como si estuvieran observando un performance mediático. Otros reflexionan sobre la sensación de vacío, en términos del aprendizaje, con la que salen de esos salones de clase.
No es una realidad sencilla la que comentamos. No se trata de asumir irreflexivamente el mandato del tiempo de romper paradigmas, con discusiones infinitas de modificaciones curriculares. Se trata de observar la realidad de la docencia universitaria y de referirla a su función social.
Si no lo hacemos corremos el riesgo de que pase en la universidad lo que pasó en la civilización grecorromana cuando, dormida en los laureles de un modelo social que duró más de dos mil años, se negó a ver cómo se resquebrajaba el imperio bizantino, con peleas intestinas, disputas entre el estado y la iglesia y la presencia de los turcos musulmanes en las puertas de Constantinopla.
Se cuenta que cuando el imperio cayó en poder de los turcos, los políticos regentes de Bizancio estaban en el interior de sus palacios discutiendo cuántos demonios cabían en la cabeza de un alfiler y tratando de dilucidar el sexo de los ángeles.